Tom Cruise, una de las estrellas que todavía cree en la acción de los 80 y 90, lanza todo por los aires con Top Gun: Maverick, secuela de la película de 1986.
Sin Tim Robbins pero con una conmovedora aparición de Val Kilmer, sin Meg Ryan pero con Jennifer Connelly, el eterno capitán Pete “Maverick” Mitchell se carga nuevamente una misión al hombro. El problema es que pasaron más de 35 años desde aquella década repleta de erotismo, camaradería (interpretada no pocas veces como una apertura homosexual) y velocidad. ¿Cómo volver al ruedo?
La respuesta es sencilla: apostar a lo que funciona, sin aspavientos, ni victimizaciones, ni situaciones forzadas… salvo tres circunstancias que rozan la incredulidad y disparan todo lo demás, un Mitchell que nunca quiso escalar posiciones en la Marina, dos comandantes (Ed Harris y John Hamm) que dudan de las habilidades de Maverick y la escasez de recursos de los estadounidenses.
“Estoy donde debo estar”. Cruise habla al espectador pero, sobre todo, al cine que defiende, ese que debe escapar a las plataformas de streaming y brindarse al público, tal y como dijo en el último festival de Cannes. Y Cruise cumple con su palabra, porque la espectacularidad real de los aviones F-18 es digna de aplaudir en una era donde el abuso del CGI es moneda corriente.
Top Gun: Maverick tampoco se mete con cosas que no pueda manejar. Aquí no hay relaciones elaboradas entre pilotos tan estereotipados como firmes. Tampoco hay nombre o país para el enemigo de turno. La película construye una fortaleza en torno a su idea y solo ofrece ambición donde sabe que triunfará, el aire.
Por supuesto: hay una historia de amor nueva entre Mitchell y Penny (Connelly), un “Rooster” (Miles Teller) hijo de “Goose” (Anthony Edwards) con caprichos y ganas de demostrar, un piloto mujer con solidez mental (Monica Barbaro) y hasta el típico engreído (Glen Powell) que da ese toque de carisma yanqui que despreciamos y queremos. No obstante, todo está en su punto justo. La progresión de sentidos pica un poco de cada tema para, luego, darles un desenlace en las acciones militares.
Cruise también se permite misiónimposibilizar algunas escenas con esas bromas del héroe visto por gente común, o con el cliché del sacrificio que finalmente no es. Por fortuna, Mitchell no se transforma en Ethan Hunt.
Y como esto es una reversión de los 80, también tenemos final romántico (con canción de Lady Gaga incluida), grano digital y créditos iniciales y finales al estilo de la época. No falta el tema musical de Harold Faltermeyer ni una sentida dedicatoria al director de la primera Top Gun, Tony Scott.
Cruise altera la idea de “viejo” y demuestra que la acción siempre puede volver a sus fuentes. Ya no hace falta aclarar su “necesidad de velocidad”, frase que no . Simplemente, la plasma con su necesidad de hacer lo que sabe hacer.
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