Kenneth Branagh es un caso extraño: el británico tiene las ideas claras como actor pero, en el apartado de cineastas, se aleja de la constancia. Muerte en el Nilo lo reafirma.
Tenemos a Branagh nuevamente como Hercule Poirot, a Gal Gadot (Mujer Maravilla, Alerta roja) como Linnet Ridgeway, a Armie Hammer (Llámame por tu nombre, El agente de C.I.P.O.L) como Simon Doyle y a Emma Mackey (Sex Education) como Jacqueline de Bellefort. También circulan Tom Bateman, Jennifer Saunders, Dawn French y Russell Brand. Casting no falta.
En la atrapante película de 1978 con Peter Ustinov a la cabeza, cada personaje captaba la atención hasta el final. Pero, aquí, sus historias personales se difuminan entre caracterizaciones casi planas y cartas prácticamente servidas desde la segunda media hora (¿dónde quedó, por ejemplo, la euforia del comunista que, ahora en versión mujer, arroja frases más por favor que por convencimiento ideológico?).
El encanto de Egipto, la narración de su mundo natural -con analogías de lo que sucede a bordo del barco Karnak-, la fotografía de las construcciones históricas y el montaje veloz tratan de provocar lo mismo que el film de los 70, pero de poco sirve si es decorativo en vez de imbricado. Eso sí, la producción creó el hermoso buque especialmente para este film que, además, fue rodado en locación.
El discurso sobre el amor le cae demasiado fuerte al cúmulo de buenas interpretaciones (donde resalta la de Mackey), lindo vestuario y pasajes de alta sexualidad. Su desarrollo solo está marcado por diálogos de escasa química y algún que otro gesto. Hasta los interrogatorios del investigador -famoso por el aplicado uso de sus “células grises”- asoman ingenuos.
Claro está: quien haya leído el relato de Agatha Christie sabrá quién es quién (con algunos personajes fusionados en uno) y cómo acaba todo. Pero, justamente por eso, se nos tiene que ofrecer un universo de posibilidades, un engaño, un entorno; al menos, un cinismo. Eso es lo que el director había conseguido en el capítulo previo, Asesinato en el Expreso de Oriente (2017). Si bien tampoco fue un hito de su filmografía, allí trabajó bien las lateralidades de lo que significa el crimen.
A pesar de su propia producción y la ayuda de Ridley Scott, Branagh parece haber dedicado mucho más tiempo a Belfast (nominada al Óscar) que a la secuela del detective belga. Al menos, descubrimos el porqué del extraño bigote de esta versión de Poirot y visitamos el país de las pirámides sin demasiado CGI.
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