Lightyear nos lleva a Toy Story por el camino del guardián espacial Buzz Lightyear con una vuelta de tuerca: no se trata del juguete, sino de la película que inspiró su creación e hizo que el niño Andy lo recibiera como regalo en los 90.
En un viaje intergaláctico, Buzz (Chris Evans) tiene un accidente y provoca que todo un grupo de científicos quede varado en un planeta hostil. El pobre aventurero se esfuerza, entonces, por alcanzar la hipervelocidad para devolver a la gente a su “casa” (asumimos que es la Tierra). A medida que falla una y otra vez -y en una suerte de síntesis de la teoría de la relatividad– el tiempo pasa más rápido para los del planeta que para él. Y, entonces, una amenaza robótica cae sobre aquella civilización.
En este punto, esperamos la coherencia más sencilla: Buzz es un héroe y, como tal, debe resolver la cuestión. No obstante, Pixar se enfoca en el cálido “juntos somos más” e invierte ese esquema de sacrificio que casi todo héroe hollywoodense encierra.
Pero hay un problema: al ensayar ese discurso, el film quiebra dos relaciones fundamentales, la del propio Andy con el famoso juguete y la de la esencia de Buzz con su leyenda. Las reemplaza un tono genérico. Y cuando hay algo genérico, el todo puede transformarse en nada…
O casi nada, porque está SOX, una de las figuras más tiernas que jamás haya creado Pixar. La cuestión es que el gato-robot salva la aventura con su atractivo. Sus chistes cuadran bien en cada capítulo, y su voz apacible aporta el contrapunto en prácticamente todas las escenas.
¿Por qué Andy querría el muñeco de Buzz si, salvo la primera parte, su travesía resulta previsible y otro personaje lo supera? Quizás sea por el aspecto que trata de acercar un poco de ciencia al espectador, o tal vez por la imposición del clásico traje. O, capaz, por la extraña decisión de traer una pizca del multiverso de Marvel a un desenlace inconsistente con enredos superficiales. Pero cualquier razón se esfuma.
Perservera y triunfarás, parece decirnos Lightyear. Pero la insistencia de Buzz rebasa un límite, y Pixar pierde la oportunidad de hablarnos de adaptación. Al final, nos lleva por el embudo de sus propias decisiones que contradice al trabajo en equipo. Es… y no es.
La sensación última es que Buzz resulta un personaje simpático que se une a otros seres simpáticos -y a un compañero que se devora la pantalla- para transitar una historia del mismo tenor. Las relaciones humanas apenas se sostienen; nos queda la bella animación y la velocidad.
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