La pregunta de si un hombre puede ser una bestia es válida, siempre y cuando la narración provea pistas para concretar la realidad de dicho interrogante. En El callejón de las almas perdidas (remake de su homónima de 1947) pasa todo lo contrario.
Con un casting que va desde Bradley Cooper, Willem Dafoe y Toni Collete hasta Cate Blanchett, Rooney Mara y Ron Perlman, Guillermo del Toro ataca en la primera hora con su fórmula. La perspectiva de Stanton Carlisle (Cooper), la tormenta continua, el circo alejado del mundo, las tentaciones sobrenaturales que pululan dentro y fuera de escena… Las partes conforman una escenografía que juega con mentes y cuerpos, rozando la insanía que es marca del director.
El “catolicismo morboso” que crió a Del Toro aparece aquí y allá con ironía, entre el pecado, la culpa y las soluciones a las que acudimos para remediarla. La aventura del estafador wannabe recibe flashbacks que lo ponen contra las cuerdas.
Pero ocurre algo que también emerge como estafa: tras un primer acto redondo, el film abandona casi todo lo anterior, al punto de parecer estar dirigido por otra persona. ¿Será que la otra guionista, Kim Morgan, tomó el mando tras el primer acto?
Ni la estética, ahora citadina, nevada y fría (nula sutileza), recupera una pizca del armado circense. Las transiciones de fundido negro y ruidoso desaparecen, y Cooper aparece como hombre trastocado más que evolucionado. En su rol de psiquiatra, Blanchett trata de iniciar otro arco, pero se reitera en la pose de mujer frígida e inescrutable (otra vez, y van…). La alianza de los dos es una impostación completa.
Como si fuera una película clase B, los personajes vuelven despojados de la personalidad que tan bien se desarrollaba al principio. Y esa falsedad halla correlato en diálogos inertes. ¿Algo más para completar el anticlímax? Sí, el gore inconexo, la violencia gratuita, el interrogante de bestia y hombre que no se infiltra, sino que se asoma de golpe.
Cuando llega el (buen) final, el círculo que parecía existir en la primera hora está chueco. El desvío anterior fue demasiado. El callejón de 2022 está lejos del de 1947. Otra vez será.
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