El nuevo capítulo de la franquicia del espía británico empieza con dos posturas: no explicita las ciudades donde el protagonista se desenvuelve y presenta un tono de horror. La primera intenta darle igual valor a la geografía que al drama; la segunda, ese engaño de género, no engrana con el resto: Sin tiempo para morir es un conjunto de lo mejor y lo peor de James Bond.
Bajo la dirección de Cary Joji Fukunaga (Beasts of no nation), vemos más lo que busca el propio Bond que lo que pide la trama. Como en Spectre (2015), la aceleración guía a un agente que reemplaza la elegancia por el juego de disparos, el humor (ultra) ligero y un par de deus ex machina que resuelven la tensión casi en el mismo instante en que empieza. Esta vez hay un refreno, unas ganas de tamizar la lucha sin cuartel, pero la factura es irregular.
Desde la perspectiva de la actual novia de Bond, Madeleine (Léa Seydoux), la primera secuencia parece querer ser la contracara de aquella en blanco y negro de Casino Royale (2006), una entrada indirecta al relato para cambiar la visión que el estilo de Daniel Craig tenía hasta entonces. Sin embargo, rápidamente todo vuelve al mismo ciclo: Bond está retirado, Bond regresa, Bond resuelve todo en un mar de tiros a la manera de un videojuego.
La malicia de Lyutsifer Safin (Rami Malek) está bien, la omnipresencia de “Cyclops” (Dali Benssalah) también; lo mismo para los acompañantes “técnicos” de Bond, con M (Ralph Fiennes), Q (Ben Winshaw) y Nomi (Lashana Lynch como la transitoria 007 designada tras el retiro de Bond) a la cabeza, pero hay muy poco conflicto real y, hacia la mitad de la película, solo queda ver los últimos -y míticos– destellos de Craig.
Todo está lejos de la tensión y la inteligencia de Casino, capítulo que dejó una vara que, con excepción de algunos momentos de Skyfall (2012), ninguna de las entregas posteriores pudo (¿quiso?) alcanzar. Tampoco los artilugios (un planeador sumergible, un reloj y un generador de mapas) ni la canción de Billie Eilish poseen fuerza narrativa ni estética.
Es verdad que no hay un conjunto vacío. La motivación de Safin es un cambio original, la adrenalina de Bond sigue un buen curso y la ayuda de sus colegas da un leve matiz. Pero sucede que el misterio (ese propio de los espías y de las consecuencias inesperadas) se evapora como la miniaventura de Bond con la agente Paloma (Ana de Armas), el mejor pasaje del film: combinada con un verdadero teatro de acción, el carisma de Armas y su pasaje irónico de femme fatale a chica terrenal -y empática- aporta un color inédito.
Sin tiempo para morir no arriesga más en recursos ni relación con ese pasado que a Bond tanto lo complica y que, en resumen, se agota por su reiteración. El recuerdo de su amada Vesper Lynd (Eva Green) cansa, la presencia de Spectre se marchita en un suspiro y las traiciones o las caídas de sus aliados son previsibles en extremo.
El punto es que la saga de Craig no hizo mal en utilizar un hilo conductor que retratara su evolución como espía con licencia para matar… y dudar. No obstante, su último episodio no logra justificarlo ni potenciarlo.
Quizá, al ser la despedida de su actor principal, la decisión fue ofrecerle al agente británico un campo de acción cómodo, preciso y con más soltura que obediencia. El resultado es correcto solo si vemos la película bajo ese filtro, si permitimos una concesión y disfrutamos las buenas ofertas de disparos (Aston Martin incluido) y el plano secuencia final que deja sabor a un Rambo elegante.
“La función del hombre es vivir, no existir. No voy a gastar mis días tratando de prolongarlos. Voy a aprovechar mi tiempo”, dice M en los minutos finales. La cita de Jack London es un lindo guiño: Craig aprovechó su tiempo lo más dignamente que pudo, con su primera entrada como la más valiosa.
Ahora quedan dos incógnitas. La primera es obvia: ¿quién tomará la posta del espía y qué (necesaria) renovación llegará a las aventuras del 007? La segunda no lo es tanto: ¿habrá un reboot o la historia seguirá a partir de ese final de tinte hereditario? Lo bueno es que, como reza el título de su 25ª episodio, para James Bond no existe tiempo en el cual morir.
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