Robot Dreams va más allá de lo que percibe el ojo: comandada por el bilbaíno Pablo Berger (Blancanieves, Abracadabra), la coproducción franco-española adapta una novela gráfica de Sara Varon que reflexiona sobre los vínculos modernos a partir de los años 80 y el perfeccionismo de la animación tradicional.
¿El contexto? Un mundo de animales antropomórficos… y Nueva York. Aquí, Perro se siente solo y desea compañía con suma urgencia. Y tanta es su urgencia que no tiene mejor idea que encargar un robot. Todo marcha bien hasta que un accidente revela el fondo de la relación y sus consecuencias.
Es fácil leer esta historia como una de amistad, pero el aspecto más maravilloso de Robot Dreams es que sus protagonistas podrían ser tanto amigos como amantes o compañeros. Al igual que en la novela de Varon, las pistas son deliberadamente ambiguas. Así, nos da todo un rango de posibilidades afectivas y lo que implica la continuidad o ruptura de aquellas.
También tenemos decenas de referencias al cine y a la cultura pop, desde El mago de Oz (1939), Manhattan (1979), y la canción September hasta Charlie Chaplin, Freddy Krueger y la mascota del Mundial de España 1982, Naranjito. Ninguna de ellas sobra, bien porque son directas y graciosas o bien porque están integradas de manera orgánica en situaciones creíbles.
Gracias a una animación de corte realista y en constante movimiento (incluso fuera de cuadro), Nueva York destila energía y sus protagonistas la recorren a través de tiempo y espacio. Además, las características de los animales se corresponden con sus empleos, gustos u ocupaciones. No por nada, la pata que parece cortejar a Perro es un ser inquieto, viajante y extrovertido que migra de un día para otro. Vínculos y reflejos sociales surgen de forma orgánica, sin necesidad de palabras.
Aunque la acción transcurra en los 80, en todos sus detalles se aprecian representaciones del “matcheo” de las aplicaciones para teléfono, el fenómeno del “wanderlust”, la búsqueda de recompensa inmediata y el temor al contacto personal que proviene de la digitalización, las redes sociales y las realidades virtuales.
¿Cómo seguir después de algo que no construimos, sino que consumimos? Nunca más actual un mensaje sobre un mundo que nos entrega todos los contactos pero ninguna conexión, que nos invita a vivir y exponer todo pero nos abruma con hipocresías, apariencias y falsedades.
Robot Dreams solo tiene una contra: su público. Si el espectador no espera otra copia de Los Simpsons o sexo e insultos gratuitos, encontrará una gran recompensa. De lo contrario, chocará contra algo que le parecerá tan simple como extraño.
Lo bueno es que el propio film elige no juzgar a sus personajes. Así que no hay prisa para, tarde o temprano, entenderlos.
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