El rojo es la menstruación: sin préambulos, Red nos arroja en la cara temas a veces esquivos o triviales y, otras tantas, verdaderamente problemáticos.
Bajo la dirección de Domee Shi (primer largometraje tras el corto Bao) y un plantel de guionistas mujeres, la película de Pixar vuelve a insertarnos en otra cultura. No obstante, esta vez pone el foco en el despertar adolescente más que en los aspectos tradicionales de China. Y lo hace con desenfreno.
Existe una contradicción inicial. Meilin Lee (Rosalie Chiang) es una chica de 13 años que dice que puede “decir y hacer lo que quiera” y que tolera todas las etiquetas negativas. Un par de escenas después, vemos que no es así; ella misma lo admite. Nuevamente aparece la figura de la madre controladora (Sandra Oh), el padre contemplativo y la abuela sabia (aunque, por suerte, moderna en su andar).
En más de un sentido, las amigas -unidas en simpática diversidad- son el sostén de “Mei”. Y ahí es donde la directora oculta muy bien la contradicción de la ficción y de su propio guion: la amistad es lo que encubre nuestras “fallas”, ¿no? Más aún cuando somos adolescentes.
Luego, Red apunta tanto a la generación centennial (Z) como a la milennial. Ambas se saludan, por ejemplo, a través de 4☆Town, banda que imita a los Back Street Boys y al k-pop con canciones escritas por Billie Eilish. O por intermedio del tamagotchi de la protagonista. ¿Más? La chica llama “Bart” y “Lisa” a las estatuas del templo familiar, y baila y canta como tiktoker en sentidos rituales de amistad. Sailor Moon y Studio Ghibli también son influencias que unen edades.
El punto cúlmine está en la elección del año 2002. Es, justamente, uno de los años de nacimiento de la generación Z y, sobre todo, la transición entre los 90 y el nuevo milenio. La mezcla de teen pop y melodías soft hace un viaje paralelo a la menstruación; el anime y la variación musical nos adentra, a veces, en una combinación de videojuego, caricatura y naturaleza que estalla en energía física. La mujer queda en evidencia, pero recibe ayuda.
Y, como los temas que nos convocan son cotidianos, hay guiños hiperrealistas en la comida que prepara el padre (ironía sobre la animación japonesa y a… ¿Rattatouille?), el carnet de viaje de Mei, el turismo, la escuela, la religión…
Detengámonos aquí. El templo, la transformación de Mei en un panda rojo tan tierno como agresivo, la historia ancestral… Al darles una entidad semireligiosa a los temas femeninos, Red les otorga un orden, un problema y, finalmente, una tranquilidad.
Al final, Pixar nos devuelve al refugio de la familia con la reconversión esperada. Es la fórmula inamovible del estudio, el equilibrio que busca por inercia. Pero, antes de desinflarse, capta bien la adolescencia promedio y la lleva de la mano con una animación de pocos lugares comunes.
Mei es un arquetipo que generaliza sobremanera y, aun así, encaja en ese patrón que, en mayor o menor medida, toda familia atraviesa. De niña a mujer, de aplicada al estudio a loca por la pegajosa música de moda (aquí encarnada en 4-Town), de un problema difícil a una diversión enérgica con caras de anime y melodías a tono, Red acompaña el coming-of-age sin sobredimensionar la conclusión.
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