Los inadaptados vuelven a encontrar su lugar en Los que se quedan (The holdovers), película nominada al Óscar que nos reenvía a la década del 70.
Resalta enseguida Paul Giamatti y la construcción de su profesor automarginado y bizco, Paul Hunham (casi human…). No es gruñón, sino estricto. Según nos dicen (porque, curioso, jamás lo muestran), todos lo odian. Y a la vez -según nos vuelven a decir- todos odian a Angus Tully (Dominic Sessa), el alumno que se queda con él y la cocinera en Barton, colegio para los más adinerados.
Precisamente, quienes se van son esos millonarios junto con los religiosos y los extranjeros disciplinados. Quienes se quedan son los que están contra el sistema, la sociedad y, en alguna medida, la aceptación de que pueden cambiar algo de sus vidas. El cuadro está claro.
Pero toda la primera hora es casi plana, con la necesidad de recurrir a los gestos de Giamatti para compensar. Comedia, drama y conflicto terminan siendo todos tan lindos en su lenguaje como insulsos en su acción. Viaje va, viaje viene, la tensión se diluye: lo que aparentaba ser una lucha más fuerte entre personajes dentro del establecimiento, se transforma en un escaramuza contra figuras –reales y simbólicas– del exterior.
Recién en los últimos 40 minutos la película parece pisar el cambio correcto, con profesor y pupilo metidos en una situación que ya no tiene grises. Allí, ya con el director de Barton como cabeza de una política corrupta, vemos algo más destacado.
¿Nos hablan sobre el recelo de los educadores para con la ignorancia de sus alumnos?, ¿la dinámica maestro/estudiante?, ¿la distorsión de los valores del pensamiento humano? ¿las lecciones de la historia que vuelven para castigarnos?, ¿la victimización innecesaria? Payne presenta esas preguntas bajo la pátina de los 70 que se ve desde el mismo principio, con el logo antiguo de la Universal. Luego sigue el grano fílmico, el sonido con fritura, los planos conjuntos y la música funcional.
No alcanza: aunque con brillos aquí y allá, rápidamente Los que se quedan se convierte en un refinado paquete navideño sin regalo.
Al menos, deja frases sobre una humanidad que cree estar inventando cosas cuando aquellas existen desde el inicio de la civilización. Visto desde ese ángulo, se le puede atribuir la voluntad de aclarar la falsedad del mundo.
Y a vos, ¿qué te pareció? ¡Dejanos tu comentario!