Difundida por HBO Max, It’s a Sin, serie del canal británico Channel 4, pone sobre el tapete los inicios del SIDA en la década del 80 en Londres.
Al compás de los Pet Shop Boys y de la mano de personajes entrañables, la nueva creación de Russell T Davies (Queer as Folk, A Very English Scandal) nos sacude, evidenciando que el estigma sigue vivo, que no hacía falta retrotraernos cien años para identificar la última pandemia: hace 40 años, el fantasma mortal del HIV llegaba para quedarse.
Liberación
It’s a Sin nos presenta a Ritchie (Olly Alexander), Roscoe (Omari Douglas) y Colin (Callum Scott Howells), quienes, con sus particularidades, comparten un patrón: los tres provienen de familias que los desaprueban, ya sea de manera explícita -como en el caso de Roscoe, a quien sus padres pretenden regresar a Nigeria para que lo curen de las tentaciones del demonio-, o a través del silencio y la negación, formas aparentemente menos traumáticas de una misma violencia.
Colin y Ritchie, uno desde Gales y otro desde la isla de Wight, llegan a Londres para trabajar y estudiar, respectivamente. Roscoe, por su parte, ya vivía en la capital inglesa pero al marcharse de su casa descubre otra ciudad, la que le permite aceptarse, desenvolverse con alegría y naturalidad. Y es que la vibrante Londres es, sin dudas, un personaje más (si no el principal) de esta historia, donde conviven el glam rock y el thatcherismo, el tweed y las remeras de red.
Incredulidad e hipocresía
Conectando a los jóvenes entre ellos está Jill (Lydia West), abierta de mente y corazón, quien empieza a notar que el virus “americano” que parecía un mito es en verdad una amenaza para sus íntimos amigos, a quienes intentará concientizar a la par que organiza una movilización para exigirle ayuda al Gobierno.
A lo largo de la trama, vemos cómo cambia la actitud de los personajes (aun de los más escépticos) respecto de una enfermedad que, por su tratamiento mediático, se parecía mucho más a un panfleto antiderechos que a una verdadera preocupación.
El “cáncer de los homosexuales”, como se lo presentaba por aquel entonces, es tomado por Ritchie como una barrera más que derribar. El guion no juzga a los descreídos; al contrario, enfatiza por qué, en medio de tanta prohibición, de tanto señalamiento, el advenimiento del Sida se parecía más a una profecía católica apocalíptica que a una alerta. La hipocresía reinante en los gobiernos, los centros de salud y los mismos círculos familiares dificultaban lo que resulta clave a la hora de enfrentar un problema: la circulación de información.
Diversión sin liviandad
A lo largo de sólo cinco capítulos, la serie lleva a los espectadores por distintos picos emocionales. A la algarabía y al buen humor se le contraponen las escenas sin filtro de las víctimas de la enfermedad. No hay grises en It’s a Sin, no hay finales de cuentos de hadas.
Es esa conjunción de climas lo que hace que esta producción sea tan interesante y rica: no se queda, únicamente, en el reflejo catastrófico del auge del Sida, sino que explora la liberación sexual y los lazos de amor y amistad que afloraban en una década en que la homosexualidad comenzaba a salir del clóset.
Cuando Ritchie, con la mirada perdida y una sonrisa, declara “me divertí”, no es una declaración irresponsable, sino un grito de independencia, porque nada ni nadie podían quitarle el orgullo de haber sido fiel a sí mismo.
El temor a lo desconocido
It’s a Sin es una buena opción en tiempos de pandemia. Ha pasado un año y todavía son más las preguntas que las respuestas. Impacta ver la estigmatización a los portadores de HIV, cómo se los culpaba por contagiarse y el temor de su propia familia a tocarlos o a compartir la misma habitación.
No es lo mismo ser prudente que deshumanizar a la persona enferma. La serie británica pone el ojo donde hay que poner, con sutileza y encanto. Y vamos a querer bailar mientras nos secamos las lágrimas.
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