Un futuro conflicto intestino en los Estados Unidos es el trasfondo de Guerra Civil, la nueva road movie de Alex Garland (Ex Machina, Aniquilación), quien se vale del fotoperiodismo para incluir al espectador.
Aquí, Texas y California son los estados que lideran el llamado a las armas. Pero, a diferencia de lo que ocurre en otras producciones, los del oeste no son los típicos malos, racistas y xenófobos: resulta que, al parecer, la guerra ha sido la respuesta a las decisiones de un gobierno prácticamente totalitario. Por lo tanto, y a pesar del impiadoso avance de las Fuerzas Occidentales, no hay buenos ni malos. Muy bien.
Además, no estamos en el principio ni en el medio del conflicto, sino en su final, porque los secesionistas están por entrar a Washington D.C. Esto sirve no solo como excusa para mostrar las consecuencias de la propia guerra, sino para dos otros asuntos: las decisiones del corajudo grupo de fotoperiodistas que pretende seguir registrando los hechos y las dudas sobre la utilidad de su profesión. Muy bien, por partida doble.
Y aquí entran los estereotipos que tanto le gustan a Garland: tenemos a Lee (Kirsten Dunst), trabajadora tan curtida como resignada; Joel (Wagner Moura), compañero canchero y fumador; Jessie (Cailee Spaeny), joven -e intrépida- promesa, y Sammy (Stephen McKinley Henderson), reportero de la vieja guardia que no pierde esperanza.
No habría problema con esta disposición de no ser por una historia que también se presenta resignada y canchera. Mejor explicado: la evolución de sus personajes y del contexto general siempre pide más, y el guion se lo niega mientras juega (de manera repetitiva) con la visión a través de la cámara de fotos y las situaciones predecibles tras la línea de fuego.
No es que los cuatro aventureros no tengan carisma, que los diálogos carezcan de coherencia o que la especie de captura documental nos resulte indiferente. El director sabe de sobra cómo construir tensión. En algunas escenas, hace gala de crudezas o incomodidades que nunca se convierten en sensacionalismo. Los planos de las batallas y escaramuzas son realistas. Con su genial altanería, Jesse Plemmons vuelve a demostrar por qué es cada vez más requerido por Hollywood.
Pero la cuestión es que cualquier sinceridad representativa se esfuma en más de una ocasión por actitudes inverosímiles de sus protagonistas, o por cinismos y tragedias que, después de todo lo que ocurre, nos hacen preguntar “¿para qué?”.
Si miramos por la positiva, el panorama que pinta Guerra Civil (con el acierto de la luz natural) es deliberadamente extraño, como ocurre con Aniquilación (2018). Los paisajes están desolados; la música marca ambigüedad; vemos el sufrimiento de los civiles en flashbacks o algún evento puntual, y el MacGuffin de la última entrevista al presidente antes de que lo maten mantiene un interrogante existencialista. Y si, además, el punto es construir la vivencia en carne propia de una guerra, hay elementos valiosos.
Sin embargo, las imágenes finales (en su sentido literal) nos arrojan a un vacío de crítica, un “todo da lo mismo”. La intención permanece extraña. A contramano del revelado en blanco y negro que Jessie hace de sus fotos, la verdadera cuestión de la película se disuelve entre descansos y disparos. Nos queda una ficción interesante, pero lejos de la contundencia que prometía.
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Brillante