Crítica: WandaVision

Por Emilio Gola

Si hay algo que define a WandaVision es la maestría para contar una historia. Tenemos dos personajes carismáticos, atractivos desde la propia elección de sus actores, Elizabeth Olsen por un lado, Paul Bettany por otro. Wanda es una recién llegada, casi una outsider de la saga Avengers; y Vision, un androide ya fallecido. Ambos se amaban. Por lo tanto, ya hay un misterio narrativo. Pero, ¿y el misterio estético?

 

La visión de Wanda (porque el título no es inocente) se dedica a pasearnos por todas las épocas de las sitcoms estadounidenses, sus tropos y referencias. Pero lo que podría quedar en un exquisito homenaje -como le ocurre a películas como Mank o Once upon a time in Hollywood– crece y encierra al espectador. Y con ello, la fórmula Disney se permite un quiebre como nunca antes.

Cierto es que no dura mucho, pero esos pasajes tan extraños para su maquinaria fílmica son valiosos en extremo. Es que Wanda y Vision son reflejo y catalizadores de la sociedad en cada formato de sitcom. Están la esposa irónicamente inocente de los 50, los hombres en un trabajo de oficina sistemático en los 60, la semiliberación de las estructuras en los 70 y 80, y el desequilibrio de las décadas posteriores.

 

La metaficción está siempre a la vista y, con el correr de la serie, recibe otro par de “metas” que cumplen un triple propósito: el (necesario) cambio de perspectiva en la trama, los guiños hacia los fans y la intriga amable para con el espectador general quien, además, obtiene una especie de thriller con las costuras bien tejidas y una Olsen brillante en su versatilidad.

Y no hay mejor elección para mostrar esos cambios que las sutiles -y fluidas- modificaciones en los planos de cámara, el final de las risas del público y esa música que sincroniza los ¿macabros? descubrimientos de Wanda en cada episodio. Descubrimientos que, al principio, realiza al mismo tiempo que el espectador, una verdadera lección cinematográfica.

 

Por lo tanto, la estética dice algo más. A medida que pasa el tiempo, las imágenes se entrecruzan y difuminan los límites entre sitcom y serie en sí. WandaVision capta a la perfección la evolución social y nos hace dar cuenta de la cuestión fundamental: nunca existió ese lugar seguro, ni en los 50 ni en los 2000. La ilusión de lo confortable, lo cálido y lo ideal se quiebra constantemente… como en la realidad fragmentada (en apariencia caótica) que vivimos a partir del quiebre sociocultural de los 90.

 

Dicho en pocas palabras: Wanda es esa parte humana que, en el fondo, sabe que no hallará la paz, pero que se engaña una y otra vez; y Vision es quien sabe que algo anda mal, que observa atento y representa ese cambio en la edición del audiovisual. Por tanto, ¿no es factible afirmar que vemos el roce de los protagonistas con el concepto de antihéroe? Sí, un análisis psicológico encajaría muy bien en el gran cuadro de WandaVision.

Tan apegada a su fórmula, Disney inaugura su plataforma Disney+ con una jugada tan arriesgada como cohesiva. Antes de regresarnos a lo que ya conocemos con la satisfacción del “deber cumplido”, existe una reconversión literal de aquellos seres admirados y un viaje inusual de exploración dramática.

 

Así, la obra de la empresa del ratón y Marvel Studios deviene una de las más originales de los últimos años. Y eso va tanto para sus creadores como para el mundo de las series en general. Pero basta decir que la producción funciona como recuerdo y aviso de lo que hemos hecho y lo que podemos avanzar.

 

🤩 Lo mejor: la imbricación de los personajes y su carisma con el formato.
😒 Lo peor: cuando Disney retoma su fórmula.

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