La Segunda Guerra Mundial también tiene lugar en Netflix: la serie The Liberator recoge el guante de uno de los períodos bélicos más explorados por la historia del cine para darle otro impulso no solo desde la narrativa, sino también desde la estética.
Su historia aborda a los Thunderbirds, el grupo de soldados de diversidad étnica que avanzó desde Italia hasta Alemania bajo el liderazgo de Felix Sparks (Bradley James), primero teniente, luego capitán. Mexicanos, nativos americanos y habitantes de Oklahoma se mezclan en la lucha por sobrevivir a los peores escenarios del conflicto mundial que se extendió de 1939 a 1945.
Basada en un libro del periodista Alex Kershaw y escrita por el guionista de Duro de matar (1988), Jeb Stuart, su estreno en 2020 no la tuvo fácil: el proyecto iba a ser una serie de ocho capítulos para History Channel, algo que viró hacia cuatro capítulos con una estética innovadora a partir del concepto de trioscopio (evolución de la rotoscopía), una mezcla de live action con CGI que permite mayor flexibilidad en relación al manejo de los entornos.
En pocas palabras, The Liberator es la primera serie de la historia en mostrar intérpretes reales que interactúan con ambientes pintados en 3D, animación 2D e imágenes de acción en vivo. Una especie de realismo atrapante se apodera de los gestos y movimientos, mientras un dejo de novela gráfica flota en el aire.
Si bien su tono “revolucionario” es capaz de ser puesto en duda por quienes hayan probado un videojuego o visto películas como Una mirada a la oscuridad (2006), el arte resulta muy interesante. Detalles como el deslizamiento de los ejércitos reciben la ayuda de la cámara, que se toma tiempo para indagar en las escenas. Hay una banda sonora que descansa cuando parece que va a caer en el cliché. Ahora bien, ¿qué hay del contenido?
En principio, el lugar al que quiere acceder la serie es el producciones como Band of Brothers y Saving Private Ryan (1998). Mejor dicho: es un territorio que lleva la marca de Steven Spielberg, y eso no es poco. Con ese gran obstáculo, The Liberator busca abrirse camino. ¿Cómo lo hace? Volvamos a la estética.
El primer aliento visual es una especie de vidrio sucio que permanece durante los cuatro episodios, cada uno con su título y escenario. Es, quizás, una ventana a través de la cual observar un relato que no trata de héroes, sino de un equilibrio entre sufrimiento, actos nobles y más caras de derrotas que de victorias (algo que los films norteamericanos abrazan cada tanto). En fin, una distorsión bien pensada cuando llegamos al final y volvemos la mirada atrás.
Después llega el comic: Sparks le escribe a su esposa y le cuenta la dificultad de afrontar tan cruenta guerra. Describe sus sentimientos, manifiesta que es un hombre dispuesto a sacrificarse por sus compañeros de armas, sobreexplica las sutilezas del drama de matar o morir… ¿No vimos esto en otros lados?
La fórmula funciona porque los estadounidenses la saben controlar. Es convincente el trabajo de actores fuera de un círculo estelar (se agradece la apertura de Netflix), el guiño hacia el arte de las viñetas y, sobre todo, la inclinación hacia las historias de soldados (no tan) americanos que no se toleraban en su propio país: sea en Anzio, en tierras francesas o en el propio campo de entrenamiento, los Thunderbirds deben superar la discriminación de superiores y colegas mientras realizan maniobras que enaltecen su recorrido.
Además, y tal como su apellido lo indica, la figura de Sparks brilla con luz propia desde el propio inicio cuando, en una cueva italiana, defiende el origen étnico de cada uno de sus efectivos. Cuando aparece, la música parece indicar más un final que un principio, porque es prácticamente lo que el personaje desea en el marco de un mensaje antibélico bastante honesto.
Pero, tras los breves achaques de contundencia, llega la desconexión o, mejor dicho, la búsqueda de la simetría entre acción, emotividad, camadería y lugares que alimenta una idea: The Liberator no quiere ser Band of Brothers, pero no sabe cómo alejarse de ese camino. Lo mismo va para el retrato de los alemanes, que, igualmente, en casi todos los capítulos tienen protagonismo y virtudes tan breves como sentidas. Y un extra: los actores hablan en alemán.
Soldado va, soldado viene, la narración entretiene. Dentro de un discurso tan remanido como valioso, los Thunderbirds evolucionan, cambian de nombres y presentan notas de tristeza o valor en medio de una guerra que, por momentos, se torna realmente cruel, directa e impredecible. La producción no se priva de mostrar los campos de concentración bajo la luz de un hecho histórico, cuyas consecuencias vuelven a elevar a Sparks y a todo lo que representa.
Repaso general: el aspecto comiquero y la animación “trioscópica” se quedan en el recurso empático, más cercano al efecto visual que a la comunicación de algo más. ¿Y el texto? Aquí, lo particular asoma el tiempo necesario y en los sitios adecuados como para convertir a The Liberator en una opción que, si bien deja entrever un desarrollo al que le faltan un par de capítulos, brinda un resultado más que decente.
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