Crítica: Soul

Por Emilio Gola

En la última década, los cambios socioculturales y el avance tecnológico introdujeron conceptos que ya se habían visto en los 90, pero que ahora vuelven reconvertidos. Y Pixar los entiende más que bien: tras triunfar con Inside Out (2015), ahora vuelve a la carga con Soul, animación que acerca un tema controversial.

 

Si en Intensamente la idea era abordar las emociones, aquí se trata de encarar el alma. Sí, exacto, nada menos que aquella entidad que tiene presencia en un abanico de campos, desde el científico hasta el literario y el paranormal, con preguntas que van desde la propia existencia de tal inmaterialidad hasta la capacidad de pesarla como si fuera un producto de verdulería.

Pero Soul va de frente. Lo señala desde su título, tráiler y tras los primeros 10 -y bastante protocolares- minutos de film. ¿Y cómo elige decirlo? De la manera más directa. Joe Gardner (Jamie Foxx), profesor negro de música en una escuela secundaria de New York, muere. Su alma, una especie de ser azulado y que apenas imita lo que fuera su cuerpo, va al Gran Más Allá, pero se escapa y llega al Gran Antes, es decir, al lugar de donde nacen todas las almas de la Tierra. A partir de allí, comienza su periplo para regresar al mundo, junto a la caprichosa alma 22 (Tina Fey).

 

Joe es un tipo que, si bien no está destruido, cree (palabra clave) que no está cumpliendo su sueño. En síntesis, piensa (otra palabra clave) que su vida es mediocre y que su único propósito (última palabra central) en la vida es ser pianista de jazz. Sin embargo, nunca vemos una ciudad gris, colores que lo aprisionen o gente que lo trate realmente mal, ni siquiera sus alumnos. El máximo exponente de ello son las paredes descascaradas del aula escolar. ¿Por qué? Sigamos.

 

Entre la música soft techno, almas azuladas de aspecto infantil y la interesante adición de figuras en 2D que manejan y regulan ese universo que preconcibe la personalidad de cada terrestre -y que no dejan de hacer bromas de corte social que sabremos identificar de forma inmediata-, la película no apela a un circo colorinche ni a la psicología de la vida y la muerte. Esta vez, Pete Docter (Inside Out, Up, Monsters Inc.) se asoma al área más terrenal y simplifica los términos. Es una característica de Pixar, cierto, pero aquí tiene picos que tornan cálido un mundo que bien podría estar congelado.

 

Más allá de un desarrollo extravagante en cierto punto, estereotipos y gags livianos que juegan con ellos, también está el peluquero que quería ser veterinario pero igual se siente feliz, un diálogo sorpresivamente revelador y la música (el lenguaje universal) como búsqueda vital. En fin, cuando Soul se sincera e, irónicamente, abandona la parte más elástica de la animación, es cuando nos guía por el camino correcto. Desde esta perspectiva, eleva el listón de Up (2009) e Intensamente de manera sustancial.

Y, entonces, ¿por qué casi nunca hay oscuridad? Bueno, en realidad, la hay: la obsesión de una persona con un deseo o una meta la convierte en un alma perdida, rescatada únicamente por humanos que consiguen entrar en trance. Paradójicamente, la pseudociencia y la gente a la que consideramos “loca” son las que rescatan a estos seres, algo que no termina de cerrar nunca este círculo de fantasía, pero que, admitimos, aporta una gracia extra, un remedio a tanta alienación que tantas veces encontramos en la cotidianeidad.

 

Sin embargo, la oscuridad nunca alcanza a Joe por la sencilla razón de que, desde su comienzo, Soul nos da las pistas necesarias para entender, para bajar a tierra cualquier pretensión que tengamos luego de haber visto otras entregas de Pixar: no existe un propósito, sino una “chispa” que nos moviliza.

 

En todo caso, el mayor sentimiento de opresión llega con las palabras de las figuras históricas que han intentado ayudar al alma 22 en vano. Una vez más, la trama se conecta sin filtro con nuestra realidad, aquella donde, tras tantos avances humanos, muchos se preguntan si están a la altura de una profesión, una habilidad o, simplemente, la vida misma.

 

Así, Soul borra los planteos de cientos de films y se lleva puestos varios de los de Pixar/Disney. El ataque es tanto hacia estos tiempos como a los del llamado “fin de la historia”, que en la década de 1990 dejó a la juventud sin rumbo claro. ¿Estamos dispuestos a olvidar el cliché del propósito? La buena noticia es que, de hacerlo, nos hallaremos en el camino que marcó Forrest Gump (1994).

 

Ahora bien, desde la mirada puramente narrativa, sabemos lo que se viene. Siempre que estamos ante una posibilidad de cambio, la historia vuelve a su lugar con la acción preparada para darnos el próximo efecto. Si fuera una receta de cocina, Pixar estaría agregando continuamente aderezos sin alterar el sabor. Está bien, pero quien haya visto la filmografía del estudio volverá a encontrar los recursos estilísticos que, dicho sea de paso, tan agradables o angustiosos resultan cuando se reflejan en el rostro de los personajes (punto a favor, siempre).

En esta línea, el final nos devuelve la felicidad que anhelamos. El film no explora un poco más ni intenta separar al jazz de la etnia. Es más: admite una herencia cultural negra y la encasilla. Pero, en tiempos de pandemia y enredos mentales con la tecnología y la sobreabundancia de trabajos y discusiones… ¿vale la pena quejarse?

 

Filosofía discursiva al margen, Pixar se anima a mostrar diversidad sin forzarla, a cambiar su tesitura sin quebrar su fórmula. A pesar del ritmo que ya conocemos, Soul tiene alma e inspiración, adultez e infantilismo, en una combinación sólida. Lo demuestra, sobre todo, en los minutos finales, más comparables a aquellos de Ratatouille (2007) que a los de Intensamente. No quedará en el top de la animación, pero exhala un soplo fresco y da otro giro beneficioso.

 

🤩 Lo mejor: Joe y la intensidad de su final.
😒 Lo peor: los hilos de la trama están a la vista.

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