En ¡Por fin solos!, Marilou (Michèle Laroque) y Philippe (Thierry Lhermitte) se jubilan y quieren mudarse a Portugal para tomar distancia de hijos, conocidos y nietos (a quienes no les dejan de decir que los adoran). Pero Philippe recibe una noticia en apariencia terrible sobre su madre, mientras que la hija de Marilou se separa de forma brusca.
Lo que sucede después son chistes medidos que rara vez salen de un esquema diseñado de principio a fin para evitar escapar de sí mismo, como parece ser la necesidad inconsciente de la pareja hasta el mismísimo final.
Lo que flota durante el film, que a veces flojea en el núcleo de este alejamiento, es la mención del envío de cartas, una abuela más viva (en un doble sentido) que sus descendientes y dispositivos móviles que fallan o rompen con la calma de forma indirecta, es decir, referencias crónicas a esa calidez social “perdida” entre tanta modernidad líquida.
Por algo es que un perro surge como otro personaje con gran naturalidad, dentro de una historia que disfraza su simpleza con alguna que otra complejidad simpática, de esas que solo pueden mostrar las familias que, a pesar de todo, se saben eternas.
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