Crítica (especial): Years and Years

Por Emilio Gola

Cuando Years and Years comienza, nos arroja un contador de años a modo de presentación que no empieza por el 2020 ni ningún número futurista. Basta con prestar un poco más de atención para encontrar que la cuenta progresiva arranca del año 900 para adelante. Primera señal: esta serie no trata simplemente sobre el futuro, sino sobre los puntos clave de un sistema cuyas raíces son más antiguas de lo que suponemos, y que tiene un porvenir cada vez más cruel y frenético.

 

Coproducida por la BBC y HBO, la historia predictiva de ese sistema se centra en los Lyons, una familia inglesa de clase media (pero no acomodada) donde resalta el papel de Rory Kinnear (Penny Dreadful, Spectre), aunque nadie está realmente al mando. No obstante, a lo largo de seis episodios, la geografía de esta miniserie va de Manchester a Londres, de Estados Unidos a España, de Rusia a China y de los lugares más ricos a los más desdichados, sea en dinero o en decadencia social. Algo más: los capítulos -de una hora- comprenden casi 14 años, empezando en 2019, con menciones a conceptos y nombres reales o muy cercanos (y esto tampoco es algo cómodo).

 

La oscuridad que no es

 

Como en todo futuro ominoso que cualquiera pudiera pensar, las pantallas abundan, los filtros de fotos son prácticamente hologramas, el cambio climático profundiza sus desastres, la política es prácticamente un circo, los drones sobrevuelan las casas para entregar pedidos, casi ningún país consigue estabilidad social, los asistentes virtuales son un hecho cotidiano, hay gran nostalgia por un pasado no tan lejano… Pero, y aquí viene la segunda señal y el punto más formidable de la serie, el mundo que nos entregan no es una distopía ni pretende serlo. Este mundo es uno más emparentado con la adaptación que con la imposibilidad de vivir.

 

Sí, Years and Years toma varios elementos de Black Mirror pero, a la vez, consigue imponer su tono. En realidad, lo que hace es tomar aquella exitosa saga de los futuros o semipresentes retorcidos para entregar varias fotografías de lo que podría pasar según una lógica científica. En resumen, muestra algo que, sencillamente, hay que asimilar. De nuevo, la palabra clave es adaptación.

¿Una muestra? El primer capítulo la otorga con creces, porque, además de exhibir, dentro de la misma familia, a una pareja interracial, otra homosexual, una hija que quiere “subir su mente” a la nube, una activista ecologista y otra pariente en silla de ruedas, soltera y con un hijo que cambia de sexo, hay lugar para nada más ni menos que un ataque nuclear por parte de Estados Unidos. De hecho, no se privan de nombrar a Donald Trump como artífice de la masacre. ¿Y qué sucede después de esto? Lo peor: nada. No hay guerra atómica, ni siquiera un mínimo conflicto.

 

Entonces, segunda gran e incómoda señal: la serie cambia el clásico temor al conflicto horroroso por la apatía e indiferencia social ante cada situación, con shows televisivos que muestran a políticos decir las barbaridades que les place (“me importa un carajo el conflicto israelí-palestino”, dice Vivienne Rook, ascendente fascista de turno en Gran Bretaña interpretada por la genial Emma Thompson), guerras civiles que radicalizan a los gobiernos de Europa o entrevistas en vivo a gente atacada por bombas químicas. Y en el medio de todo, la misma familia inglesa intentando arreglarse con lo que tiene…

 

Otro punto clave es una trama que se acelera de inmediato, como reflejo de una sociedad a la que el avance tecnológico y la inestabilidad económica y sociopolítica la pasan por arriba. Hasta la música encaja perfecto, porque, provista de tonos casi rituales, parece indicar que el futuro no muestra progreso, sino involución tribal. Si bien es algo que podemos ver, esa melodía grita, mueve y tensiona cada momento a la enésima potencia.

 

Corriendo los límites

 

Dentro del contexto, uno podría pensar en golpes bajos. Sin embargo, no existen, como si la serie supiera hasta donde estirar la aventura de los Lyons que, además, tienen los problemas que acontecen a todas las familias, algunos ligeros, otros superados mediante el humor negro, y otros de gravedad mayúscula o relacionados con el desbalance mundial. Por lo tanto, tercera y última señal confirmada: adaptación y extensión de límites de lo que está aceptado y lo que no.

 

Es que Years and Years no dice que todo vale, porque eso sería lo mismo que nada. Pero tampoco pone una traba a las discusiones del mañana, en las que mezcla la mentada incomodidad con la ironía, la discusión racional y las ideas que cada personaje tiene sobre cada hecho trascendente.

Pasamos de contadores y chefs despedidos -porque un software o una carne de cocción inmediata los reemplaza- a Muriel (Anne Reid), la abuela que prefiere la voz de su asistente virtual físico a la de su casa inteligente, donde el sonido proviene de todos lados y ninguno. Vemos que retornan los debates de los años 60, 80 y 2000 en formato futurista, y un punto brillante de esto es cuando la hija menor de los Lyons, Bethany (Lydia West), les dice a sus padres que quiere ser trans… transhumana. Los límites (¿acaso los derechos humanos?) se corren una vez más.

 

En concreto, la familia es el concepto a donde, pase lo que pase, siempre se retorna, como en Los Simpson. Pero está bien, porque no hay cinismo alguno: el futuro muestra al hombre como el ser social que es, a pesar de cuántas cosas le arrojen a la cabeza, sean enfermedades que resisten a las vacunas, cortes de luz masivos, fascismos, trabajos precarizados (gran momento cuando aparecen las apps de delivery), colapsos económicos y, por supuesto, bombas nucleares.

 

El único cliché está al final, pero a esa altura es algo imperiosamente necesario por diversas razones. También es posible criticar el viraje de thriller tecnopolítico a partir de la mitad de la serie. No obstante, la vivencia íntima de que el mundo se viene abajo y nunca termina de caer está en cada línea. Es que, puestos a reflexionar, así es la vida misma, una que la propia Muriel define en una frase: “Es un mundo terrible, pero quiero ver cada segundo de él”.

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