La última década contiene varias películas con hechos históricos muy particulares de aquí y allá. Ahora es el turno de Argentina, 1985.
Pero, antes, hay que hablar de The Post (2017) y No (2012): una de Estados Unidos, la otra de Chile, a ambas las une el intento de resolver la realidad de forma lineal para evitar ser acusadas de distorsión. Pues bien: el cine ya es distorsión. Ni Steven Spielberg ni Pablo Larraín consiguieron implantar un verdadero valor fílmico a sus obras… Y eso también sucede en el nuevo film de Santiago Mitre (Paulina, El estudiante), en cuyo guion colaboró Mariano Llinás (La flor, Historias extraordinarias).
Es difícil afirmar que la película sea “una más” cuando, por A o por B, toca fibras íntimas, de esas que no pueden -ni merecen- tener un trato racional. Pero lo es: la lucha de Julio César Strassera (Ricardo Darín) y Luis Moreno Ocampo (Peter Lanzani) por enjuiciar a las Juntas Militares del período 76-83 conlleva un valor más histórico que cinematográfico, más lacrimoso que dramático, más conservador que sutil.
Está el paraguas de una linda reconstrucción de época y una buena dirección de fotografía sustentada en los recursos de Amazon (que también se mete en el guion, uno sospechosamente alejado de lo que han hecho Mitre y Llinás). Después están las escenas inconclusas, el diálogo que informa cual lección de primaria, los falsos clímax entre viajes y contrastes, y las canciones que dejan atragantado el deseo por escucharlas completas (justo en el film que más las necesita)… Muy poco por fuera del esqueleto del pasado.
Nadie puede prohibir la emoción, y mucho menos a quienes vivieron los años de plomo. Sin embargo, ¿qué separa exactamente la película de Mitre de otras obras, documentales o ficcionales?: ¿la figura de Strassera?, ¿el predecible detrás de escena familiar?, ¿la música de Charly García y Los abuelos de la nada? Todo está prácticamente en el mismo plano narrativo.
Algunos detalles un poco más inspirados (Videla y la Biblia, el teatro como metáfora y realidad del momento, la representación veloz de Alfonsín) sacan a Argentina, 1985 de esa condición homogénea, donde Darín es Darín con gomina, bigote y cigarrillo.
Por ahí están los jóvenes que conformaron el admirable equipo de Strassera y Ocampo, la relación del juez con su hijo (un simpático Santiago Armas Estevarena) y algunas bromas sobre “fachos” y amenazas que filtran la tenebrosidad de las situaciones… Pero el cine no trabaja solo por detalles que se inclinan más a un fan service que a una conexión de sentidos. Sin tratar directamente la situación social en los 70, El secreto de sus ojos (2009) destila una estética, historia y construcción de personajes mucho más compenetrada.
Eso sí: el Juicio a las Juntas es un hermoso cuadro de respeto final. Y el Nunca Más demuestra, de nuevo y por inercia, por qué su poder le permite encaramarse sin problemas entre los discursos más sólidos de la historia universal. Aunque ni cámara ni montaje jueguen más con la idea, no está mal tener una nueva difusión de su fortaleza.
Síntesis: Argentina, 1985 resulta una obra hecha para recuperar cierto orgullo argentino. ¿Valorable? Sí, pero hasta ahí. ¿Necesaria? Nunca nada es realmente necesario, sino producto de su época.
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